Relojes de cuerda, o la imposibilidad de reemplazar al hombre
Hay una tendencia creciente en Europa a volver a los
relojes de cuerda o automáticos. Se inició a partir de razones
ecológicas (una pequeña pila de mercurio puede contaminar 1000 litros de
agua), pero poco a poco se está convirtiendo en una moda impactante.
Se trata de una conversión retro que no está para nada
desvinculada de otras situaciones que también pueden registrarse en los
conocidos ámbitos laborales.
Claro que habrá generaciones enteras que ignoren de qué
estamos hablando, porque nacieron luego de la popularización de los
relojes de cuarzo. Los relojes de cuerda imponían un esfuerzo mucho
mayor.
En vez de utilizar dos dedos cada dos meses para
actualizar el calendario mediante la corona, había que hacerlo todos los
días. Entiéndase bien: dos dedos, un 100% más de lo que estamos
acostumbrados a usar actualmente en los celulares y las tablets.
Será tarea de sociólogos y también de filósofos
descubrir a qué se debe esta novedad que parece una regresión a
tecnologías superadas.
Desde una mirada neófita e improvisada se puede
atribuir al hartazgo de tanta tecnología invasora, donde el protagonismo
del ser humano se va reduciendo a una actitud puramente contemplativa
de la vida y el trabajo.
Cambios históricos
Esto no es malo en sí mismo. En varios tramos de la
historia de Occidente y en muchas religiones ha sido un valor espiritual
importante, sólo que ahora se ha canalizado casi con exclusividad hacia
las pantallas.
Los ambientes fabriles no han escapado a estas
condiciones. Por el contrario, se ha volcado con entusiasmo a incorporar
la automatización de la mayoría de los procesos, creando nuevos
escenarios.
Donde antes había veinte o más operarios, hoy
encontramos solamente uno frente a la computadora, comprobando que todo
anda bien o tocando alguna tecla cuando hay un desvío sobre lo esperado.
Naturalmente, estas cuestiones trajeron consecuencias
sociales, como la disminución de la mano de obra, la necesidad de contar
con personal capacitado o con mejores calificaciones, etcétera, no
resueltas del todo aún. Sin embargo.
Quienes recorren o trabajan en piso (así suele llamarse
las zonas de tareas productivas, donde hay máquinas, olores, sudores y
ruido de distinta intensidad) es bastante frecuente comprobar que hay
operarios o supervisores con mucha antigüedad que superan ampliamente la
intervención cibernética.
Esos hombres son, en definitiva, la clave de la calidad
que, a través de su experiencia, mantiene un vínculo con el producto
extremadamente estrecho. Se convierten, de algún modo, en mitos
fabriles.
En una planta de fabricación de repuestos de
automotores con componentes de caucho, por ejemplo, la última palabra la
tenía un supervisor que confirmaba que todo estaba bien oliéndolo.
En sintonía, en la industria alimentaria suele suceder a
menudo. La persona va, pasa un dedo sobre la pasta en proceso, la
degusta y aprueba o desaprueba.
Podríamos extendernos a muchas otras actividades, como
las de la pintura o los tejidos. El caso es interesante porque ese
especialista de años -algo así como un sommelier de productos muy
diferentes al vino- termina siendo más confiable que todos los datos y
parámetros que arroja la computadora.
Por supuesto son personajes prácticamente invisibles,
esfumados tras la cortina de la pasión por la tecnología, pero existen
en la realidad.
De alguna manera confirma que los seres humanos son y
serán irreemplazables, a pesar de lo que anuncien las historias de
ciencia ficción más agoreras..
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1605130-relojes-de-cuerda-o-la-imposibilidad-de-reemplazar-al-hombre
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