Dios no murió, se convirtió en dinero
Una reflexión a partir de un comentario realizado por el filósofo Giorgio Agamben
Por: Alejandro Martinez Gallardo
La crisis de la deuda griega ha puesto
en tela de juicio la visión política de Occidente, la cual se ha
apropiado de las ideas de libertad y democracia para aceitar su
maquinara económica. Pareciera en ocasiones que la democracia solamente
es la fachada ideológica más efectiva para expandirse y colonizar el
mundo y disfrazar el imperialismo económico capitalista que es el
verdadero sistema operativo. Por esto, algunos intelectuales han visto
un acto altamente significativo en que Grecia haya rechazado el modelo
de la Unión Europea, acaso como si la cuna de la verdadera democracia no
se dejara engañar por la hipocresía y la faramalla democrática.
Para entender la situación global
resulta apropiado recurrir a algunas ideas manejadas por el filósofo
italiano Giorgo Agamben en una entrevista que,
si bien es de 2012, es especialmente relevante en este momento. Dice
Agamben: “El nuevo orden del poder mundial se funda sobre un modelo de
gobernabilidad que se define como democrático, pero que nada tiene que
ver con lo que este término significaba en Atenas… Es más simple
manipular a la opinión de las personas a través de los medios y de la
televisión que tener que imponer en cada oportunidad las propias
decisiones con la violencia”. Por eso la esperanza, aunque remota, de
que Grecia –o el contagio de su ejemplo– pueda volver a encender un
fuego de lo que actualmente es poco más que cenizas, decadencia moral,
artística y espiritual disfrazada de prosperidad material y progreso
tecnológico. El problema es que, como señala Agamben, una de las cosas
que ha hecho el capitalismo, al remover los paisajes y construir sobre
ellos ciudades y centros comerciales, es remover también el pasado
europeo y los ciudadanos de Europa han perdido el vínculo con su
tradición. Esperemos que Grecia esté de alguna manera recobrando su
pasado y su identidad, que es a su vez la gran semilla cultural de la
cultura dominante en la actualidad planetaria. Dice Agamben:
El pasado no es,
pues, apenas un patrimonio de bienes y de tradiciones, de memorias y de
saberes, sino también y sobre todo un componente antropológico esencial
del hombre europeo, que solo puede
tener acceso al presente mirando, de cada vez, a lo que él fue. De ahí nace la relación especial que los países europeos (Italia, o mejor, Sicilia, sobre este punto de vista es ejemplar) tienen en relación a sus ciudades, a sus obras de arte, a su paisaje: no se trata de conservar bienes más o menos preciosos, mientras sean exteriores y disponibles; se trata, eso si, de la propia realidad de Europa, de su indisponible supervivencia. En este sentido, al destruir, con el cemento, con las autopistas y la alta velocidad, al paisaje italiano, los especuladores no nos privan apenas de un bien, sino que destruyen nuestra propia identidad. La propia expresión “bienes culturales” es engañosa, pues sugiere que se trata de bienes entre otros bienes, que pueden ser disfrutados económicamente y tal vez vendidos, como si fuese posible liquidar y poner en venta la propia identidad.
tener acceso al presente mirando, de cada vez, a lo que él fue. De ahí nace la relación especial que los países europeos (Italia, o mejor, Sicilia, sobre este punto de vista es ejemplar) tienen en relación a sus ciudades, a sus obras de arte, a su paisaje: no se trata de conservar bienes más o menos preciosos, mientras sean exteriores y disponibles; se trata, eso si, de la propia realidad de Europa, de su indisponible supervivencia. En este sentido, al destruir, con el cemento, con las autopistas y la alta velocidad, al paisaje italiano, los especuladores no nos privan apenas de un bien, sino que destruyen nuestra propia identidad. La propia expresión “bienes culturales” es engañosa, pues sugiere que se trata de bienes entre otros bienes, que pueden ser disfrutados económicamente y tal vez vendidos, como si fuese posible liquidar y poner en venta la propia identidad.
Despojados de la identidad histórica,
los ciudadanos solo pueden mirar hacia adelante y conformarse con el
futuro que se les ofrece, aceptando los nuevos valores como verdades sin
mucha reflexión, puesto que carecen de un cauce comparativo, de un
modelo alternativo que no esté en estado letárgico que pueda hacerlos
dudar de la realidad homogeneizante. Este principio aglutinante,
homogeneizante, regulador de las conciencias y sometedor de los
individuos en un mismo paradigma y en un mismo deseo, que antes era la
Iglesia, hoy es el dinero. Al igual que la doctrina eclesiástica
mantenía a los fieles en un estado intermedio, purgando penas, en una
especie de limbo de inseguridad, en el que era necesario confiar en el
mandato providencial, la política financiera actual de manera similar
coloca a los ciudadanos en un estado de inseguridad permanente, en una
carencia vulnerable, y en un desasosiego aspiracional que los hace más
explotables.
“Crisis” y
“economía” actualmente no son usadas como conceptos, sino como palabras
de orden, que sirven para imponer y para hacer que se acepten medidas y
restricciones que las personas no tienen ningún motivo para aceptar.
”Crisis” hoy en día significa simplemente “¡vos debés obedecer!”. Creo
que es evidente para todos que la llamada “crisis” ya dura decenios y no
es sino el modo normal de cómo funciona el capitalismo en nuestro
tiempo. Y se trata de un funcionamiento que nada tiene de racional.
Para entender lo que
está pasando, es necesario tomar al pie de la letra la idea de Walter
Benjamin, según el cual el capitalismo es, realmente, una religión, y la
más feroz, implacable e irracional religión que jamás existió, porque
no conoce ni redención ni tregua. Ella celebra un culto ininterrumpido
cuya liturgia es el trabajo y cuyo objeto es el dinero. Dios no murió,
se tornó Dinero. El Banco –con sus funcionarios grises y especialistas–
asumió el lugar de la Iglesia y de sus sacerdotes y, gobernando el
crédito (incluso el crédito de los Estados, que docilmente abdicaron de
su soberania), manipula y administra la fe –la escasa, incierta
confianza– que nuestro tiempo todavía trae consigo. Además de eso, el
hecho de que el capitalismo sea hoy una religión, nada lo muestra mejor
que el título de un gran diario nacional (italiano) de hace algunos días
atrás: “Salvar el euro a cualquier precio”. Así es, “salvar” es un
término religioso, pero ¿qué significa “a cualquier precio”? ¿Hasta el
precio de “sacrificar” vidas humanas? Solo en una perspectiva religiosa
(o mejor, pseudoreligiosa) pueden ser hechas afirmaciones tan
evidentemente absurdas e inhumanas.
Ideas que son sin duda estimulantes
alimentos para el cerebro y para el corazón. Una vida sin reflexión no
merece ser vivida, decía Sócrates y quizás una vida sin que esa
reflexión produzca transformaciones, en actos y conciencia, tampoco. Es
ya un lugar común decir que hemos divinizado al dinero y que nuestra
vida gira básicamente en torno a conseguirlo si no lo tenemos y a
conseguir más si ya lo tenemos. Advertencias así pueden encontrarse
desde hace milenios. Y aunque para algunos esta diatriba en contra del
materialismo sea aburrida, ¿realmente existe algo más importante de
recordar, moralmente hablando? No se puede negar que entre más artículos
de consumo producimos y más importancia le damos a estos objetos
naturalmente nos volvemos más materialistas, no obstante que la
tecnología tienda a la virtualidad y a despegarnos del mundo físico.
Habría que preguntarnos, entonces, qué es lo que ganamos teniendo más
cosas, deseando tener más dinero y poniendo las mejores de nuestras
energías al servicio de obtenerlo. Y, ¿qué es lo que perdemos? ¿Cómo
afecta a nuestra alma habitar en una red de relaciones definidas por su
valor monetario? ¿Dónde, incluso, está nuestra alma, si es que acaso la
podemos sentir todavía? ¿Qué les sucede a la espiritualidad y a la
religión cuando el dinero es Dios y el capitalismo es nuestra religión?
¿Se vuelven solamente divisas? También, ¿es posible, en un mundo
dominado por el capitalismo en todos sus aspectos, sustraernos de estas
circunstancias y pensar, imaginar y vivir una vida que no gire alrededor
del dinero o es solo una utopía romántica o el privilegio, justamente
de aquellos que ya tienen mucho dinero –o karma a favor–, y que desde el
superávit pueden dedicarse a cultivar el espíritu?
Fuente: http://pijamasurf.com/2015/07/dios-no-murio-se-convirtio-en-dinero/
No hay comentarios.:
Publicar un comentario