El amor y el
ansia de poder son gemelos siameses: ninguno de los dos podría
sobrevivir a la separación.
Zygmunt
Bauman,
Amor líquido.
Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos Buenos Aires, Fondo de
Cultura Económica, 2005
"El
deseo es el anhelo de consumir, de absorber, devorar, ingerir y digerir,
de aniquilar. El deseo no necesita otro estímulo
más que la presencia de la alteridad. Esa presencia es siempre una
afrenta y una humillación". Quien así se expresa no es Pedro Almodóvar
ni Joaquín Sabina, ni un sexólogo mediático sino el veterano sociólogo
polaco de 80 años y dilatada trayectoria académica Zygmunt Bauman
(Polonia, 1925) en un libro de reciente y esperada aparición en Buenos
Aires: Amor líquido.
Amor líquido
continúa el certero análisis acerca de la sociedad en el mundo
globalizado y los cambios radicales que impone a la condición humana,
tema ya enfocado en sus otros dos libros que conforman con éste una
trilogía: Modernidad líquida y La sociedad sitiada. El héroe trágico de
esta historia son "las relaciones humanas" y está dedicado a recordarnos
los riesgos y angustias de vivir juntos y separados en nuestro moderno
mundo líquido. En esta ocasión, se concentra en el amor y en el miedo a
establecer relaciones duraderas, más allá de las meras conexiones.
Nuestros contemporáneos, dice Bauman, desesperados al sentirse
descartables, siempre ávidos de una "mano servicial", sin embargo, todo
el tiempo desconfían del "estar relacionados" sobre todo si es "para
siempre", temen convertirse en una carga y desatar expectativas que no
pueden ni desean soportar. Las "relaciones virtuales" (conexiones)
establecen el patrón de medida, el modelo del resto de las relaciones:
cuando la calidad no da sostén, el remedio es la cantidad y como un
patinador sobre el fino hielo, la velocidad es el remedio, seguir en
movimiento es un logro y un deber agotador. Las mismas estructuras
líquidas y rápidamente cambiantes privilegian a los que pueden viajar
con poco peso.
La posesión, el poder, la fusión y el desencanto
son los cuatro jinetes del Apocalipsis en el terreno de Eros, nos dice
Bauman. Siempre al borde de la derrota, los intentos de domesticar lo
díscolo, domeñar lo que no tiene freno, encadenar lo errante y hacer
previsible el misterio, fracasan en la lucha por contrarrestar las
fuentes de su incertidumbre, pero, si lo consiguen, pronto el deseo
empieza a marchitarse y se extingue su fuerza. El deseo es el impulso a
despojar la alteridad de su otredad, y por lo tanto, de su poder. En
esencia, el deseo es un impulso de destrucción. Y, aunque oblicuamente,
también un impulso de auto-destrucción; el deseo está contaminado desde
su nacimiento por el deseo de muerte. Sin embargo, éste es su secreto
mejor guardado y, sobre todo, guardado de sí mismo. Como el deseo, el
amor es una amenaza contra su objeto. El deseo destruye su objeto,
destruyéndose a sí mismo en el proceso; la misma red protectora que el
amor urde amorosamente alrededor de su objeto lo esclaviza. El amor hace
prisionero y pone en custodia al cautivo: arresta para proteger al
propio prisionero.
El deseo desespera en el intento de encontrar la cuadratura del círculo:
comerse la torta y conservarla al mismo tiempo.
Tal vez decir "deseo" sea demasiado, nos recuerda Bauman. Como en los
shoppings: los compradores de hoy no compran para satisfacer su deseo,
como lo ha expresado Harvey Ferguson, sino que compran por ganas. Lleva
tiempo sembrar, cultivar y alimentar el deseo. El deseo necesita tiempo
para germinar, crecer y madurar. A medida que el "largo plazo" se hace
cada vez más corto, la velocidad con que madura el deseo, no obstante,
se resiste con terquedad a la aceleración; el tiempo necesario para
recoger los beneficios de la inversión realizada en el cultivo del deseo
parece cada vez más largo, irritante e insoportablemente larga. En
nuestros días, los centros de compras suelen ser diseñados teniendo en
cuenta la rápida aparición y la veloz extinción de las ganas, y no
considerando el engorroso y lento cultivo y maduración del deseo. Al
igual que otros productos, la relación es para consumo inmediato (no
requiere una preparación adicional ni prolongada) y para uso único, "sin
perjuicios". Primordial y fundamentalmente, es descartable. Si resultan
defectuosos o no son "plenamente satisfactorios", los productos pueden
cambiarse por otros, que se suponen más satisfactorios, aun cuando no se
haya ofrecido un servicio de posventa y la transacción no haya incluido
la garantía de devolución del dinero. Pero aun en el caso de que el
producto cumpla con lo prometido, ningún producto es de uso extendido:
después de todo, autos, computadoras o teléfonos celulares perfectamente
usables y que funcionan relativamente bien van a engrosar la pila de
desechos con pocos o ningún escrúpulo en el momento en que sus
"versiones nuevas y mejoradas" aparecen en el mercado y se convierten en
comidilla de todo el mundo.
Tras haber pasado de una sociedad de productores a otra de consumidores
perpetuos, establecer relaciones para siempre, hablar de compromiso, es
una cuestión fuera de sentido. Las relaciones se han convertido en
inversiones, en bienes como cualquier otro ¿Acaso hay una razón para que
las relaciones de pareja sean una excepción a la regla? ¡Pobre de usted
si duerme una siesta o baja la guardia! "Estar en una relación"
significa un montón de dolores de cabeza, pero sobre todo una perpetua
incertidumbre. Uno nunca puede estar verdadera y plenamente seguro de lo
que debe hacer, y jamás tendrá la certeza de que ha hecho lo correcto o
de que lo ha hecho en el momento adecuado. Espiamos los siete signos del
cáncer o los cinco de la depresión o exorcizamos el espectro de la alta
presión sanguínea o del alto nivel de colesterol. Buscamos objetivos
sustitutos en los que descargar el aumento de miedo existencial, al que
se le han cerrado sus salidas habituales, y los encontramos en no
inhalar el cigarrillo de otro, no comer comida con grasa o bacterias
perjudiciales, no exponernos al sol o al sexo sin protección, o poniendo
guardias armados o tomando clases de artes marciales. Ley y orden,
reducido todo a seguridad personal, es la base de muchas ofertas
políticas
Bauman introduce en el discurso filosófico del S.XXI el término
"modernidad líquida" para referirse a este particular estadio de la
humanidad La característica definitoria de los líquidos es la
imposibilidad de mantener su forma y, a la vez, su vulnerabilidad. La
"fluidez" es la característica de los líquidos y los gases que, a
diferencia de los sólidos, no conservan fácilmente una forma durante
mucho tiempo. Llenan el espacio "por un momento" hasta que "se
derraman", "fluyen", "salpican", "se vierten", "se filtran", "gotean",
"inundan", "rocían", "chorrean", "manan", "exudan". Esta extraordinaria
movilidad de los fluidos se asocia con la idea de "levedad" e
"inconstancia". Estas metáforas parecen adecuadas a Bauman para
caracterizar esta fase de la historia de la modernidad. Pero ¿la
modernidad no fue desde el principio un proceso de licuefacción, de
"derretir sólidos"? Los autores del Manifiesto comunista acuñaron la
expresión "derretir los sólidos" para mencionar la tarea de profanar lo
sagrado, desautorizar y negar el pasado y la tradición, especialmente
atacar los residuos del pasado en el presente. Es cierto que los tiempos
modernos encontraron a los sólidos premodernos en un estado avanzado de
desintegración y los motivos para disolverlos definitivamente estaban
orientado a la estabilización de nuevos sólidos, más confiables, que
permitieran un mundo predecible y controlable. La diferencia, ahora,
estaría en que la tarea de construir un nuevo orden mejor para
reemplazar el viejo y defectuoso no aparece en ninguna agenda política.
"La disolución de los sólidos" adquiere un nuevo significado y tiene
como blanco la disolución de los vínculos entre acciones individuales y
acciones colectivas. Lo que diferencia a la sociedad actual de aquella
de la modernidad en su fase sólida, que buscaba ser duradera y
resistente al cambio, es la creciente debilidad de los lazos sociales.
El poder de licuefacción se ha desplazado del "sistema" a la "sociedad",
de la "política" a las "políticas de vida", ha descendido del "macronivel"
al "micronivel" de la cohabitación social. En esta forma privatizada de
la modernidad, el peso de las responsabilidades y los fracasos cae
primordialmente sobre los hombros del individuo. Como los zombies, que
son una mezcla entre lo vivo y lo muerto, la estructura sistémica se ha
vuelto remota. Los sólidos se moldean de una vez mientras que el control
de los líquidos exige mucha atención, esfuerzo permanente frente a una
posibilidad de éxito menos previsible (Z.Bauman, Modernidad líquida,
México, FCE, 2002). Los individuos se ven condenados a buscar soluciones
biográficas a contradicciones sistémicas. En este estado, exhaustos por
la seguidilla de interminables y nunca concluyentes exámenes de aptitud,
aterrorizados hasta el tuétano por la misteriosa e inexplicable
precariedad de su suerte y la niebla global que se cierne sobre su
futuro, buscan a quienes culpar de sus padecimientos. No es extraño que
los encuentren bajo la luz del farol más cercano, en el sitio exacto que
han iluminado para nosotros las fuerzas de la ley y el orden: los
extraños, por lo tanto, rodeando, encarcelando y deportando a los
extraños recuperaremos nuestra perdida seguridad.
En este ambiente se advierte un especial recrudecimiento de la
xenofobia, de los fantasmas del tribalismo, al calor de la creciente
sensación de inseguridad emergente de la incertidumbre y desprotección
de nuestra moderna existencia líquida. "Culpar a los inmigrantes" -los
extranjeros, los recién llegados- de la paralizante sensación de
inseguridad se va transformando en un hábito político redituable. Hoy se
habla de "la desaparición de la sociedad" y la aparición de un mosaico
de destinos individuales sin vínculos con las acciones colectivas lo que
plantea un inédito desafío a la sociología. Bauman no es pesimista, a
pesar de lo preocupante del cuadro que nos pinta. Cree que es posible
seguir pensando sociológicamente y que hay esperanzas para sostener la
utopía de un mundo donde la gente pueda ser feliz pero, para ello, es
prioritario desarmar los marcos conceptuales que permitieron la
emergencia de la modernidad para, después de ello, diseñar los trazos de
las nuevas experiencias humanas.
Zygmunt Bauman, Modernidad líquida, Buenos Aires, Fondo de Cultura
Económica, 2002Zygmunt Bauman, La sociedad sitiada, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2004
Zygmunt Bauman, Amor líquido, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2005
Fuente: http://www.cristina-ambrosini.com.ar/textos/bauman.htm
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