La felicidad en el trabajo no es sólo cuestión de dinero
Por Jorge Mosqueira | LA NACIONPuede haber unos 7000 millones de definiciones de la felicidad, si pensamos en la cantidad de habitantes en el planeta. Un estudio publicado por este diario días atrás vuelve a poner sobre la mesa si el dinero es condición necesaria para incrementar el nivel de felicidad, una cuestión que se vincula fuertemente con la administración de las remuneraciones en las empresas. El cliché asegura que a más dinero, más felicidad, en una ruta similar a aquello que dice que los mayores incentivos aseguran mayor productividad.
El tema es muy interesante porque desglosa los términos, hasta el punto que obliga a preguntarnos cuáles son los fundamentos de la gestión de personal: si se trata de generar ambientes laborales que propicien la felicidad o bien todo se resuelve con más dinero.
Aclaremos que no incluimos en esta relación a los que están bajo la línea de pobreza o los indigentes, para quienes la falta de recursos para cubrir necesidades básicas de salud, vivienda o educación es un claro motivo de penuria. La felicidad, en estos casos, tiene poca cabida.
El estudio, que enfrentó la pregunta sobre si el dinero hace a la felicidad o no, trabajó en primer lugar con las historias de vida de aquellos que habían ganado sumas importantes en la lotería, cambiando radicalmente su estatus económico. El resultado fue que quienes incrementaron sus posibilidades no eran, en promedio, más felices que los que hubieron apostado durante décadas sin ganar ningún premio. ¿Por qué?
El ejemplo aportado es revelador: quien gana la lotería se muda a una mansión, pero una vez instalado mira por la ventana y comprueba que tiene vecinos con casas más grandes y lujosas que esa a la que él accedió. No se trata de simple envidia, sino de la aparición de un factor que no se prevé y es que la felicidad es un tema mucho más complejo que la simple acumulación de dinero y tiene raíces de índole social. Es un conjunto de causas que van bastante más allá del crecimiento del nivel de ingresos.
En 1974, un economista, Richard Easterlin, planteó una paradoja que, por ser tal, es difícil resolver. Mediante la comparación de distintas sociedades, incluyendo períodos de la economía norteamericana, observó que en el incremento de ingresos, una vez cubiertas las necesidades básicas, el índice promedio de felicidad no varía significativamente. Puesto de otro modo, no hay una relación causal directa entre la felicidad y el dinero, lo que inicia una propuesta de reemplazo del indicador de Producto Bruto Interno por el de felicidad bruta interna.
Otro trabajo, elaborado por la Universidad de La Coruña, estudia lo que se suele llamar la noria hedónica, donde "se dedica una cantidad de tiempo desproporcionada a la obtención de objetivos monetarios, a expensas de la vida familiar y la salud, disminuyendo el bienestar subjetivo respecto del nivel esperado".
Estos estudios introducen reflexiones y vínculos que no deberían ignorarse. Por ejemplo, cuando optamos por incorporar una estructura de remuneraciones donde debe privilegiarse la equidad -en tanto tiene un componente social- por sobre la cantidad a otorgar a secas. Coinciden, además, con las aspiraciones de las nuevas generaciones que demandan, a diferencia de las anteriores, posibilidades de ser felices, en desmedro de las altas remuneraciones.
El punto más profundo, central, en la gestión de los mal llamados recursos humanos es definir cuáles son los objetivos: otorgar más dinero o propiciar felicidad. Son cuestiones diferentes, con pocos puntos en común..
Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1583129-la-felicidad-en-el-trabajo-no-es-solo-cuestion-de-dinero
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