Kusch y la posibilidad de un nuevo pensar desde el “estar” americano
Aportes para una Filosofía Afro-Indo-Americana - María Eugenia, JORDÁN CHELINI
- El miedo al ser americano
El pensamiento de la técnica, proveniente de Europa, implica una puesta en práctica de lo que se espera, de algo que se sabe de antemano; es la ciencia que quiere agotar las preguntas dando todo por sabido y conociendo los objetos que se le ponen por adelante.
Según Kusch, lo que hay detrás de ello es el miedo, que surge al pensar que todo es falso en el fondo.
La técnica que agota la novedad y permite aplacar y estructurar el caos de la existencia, nos educa para pre-ver y para que ese miedo ante lo inesperado se oculte.
El americano de clase media es temeroso al pensamiento popular, que en la Historia Argentina se mostró en los populismos (Perón, Irigoyen) o en los caudillismos, y es aquel pensamiento genuino y original que se ubica por debajo de la plataforma de todo país como el núcleo simbólico-mítico de cada pueblo.
El americano, a modo europeo, prefiere incluirse en un pensamiento que abarque y abrace con la mirada todo objeto manipulable, para que no quede nada fuera de los límites; he aquí la ciencia de los entes, cuya característica es el progreso en cierta forma de lo “estático e inmóvil”. Y deviene el miedo cuando, al no querer ver que esta forma de pensar en nuestro territorio es falsa, se presenta la ruptura entre esa clase media, trabajadora y elitista, y el pueblo. Es el no asumir la verdad del todo, el juego de lo azaroso que se encubre con la máscara del ser europeo y del ideal de progreso y razón provenientes de nuestros antepasados.
Es que somos débiles frente a la totalidad de lo que deberíamos pensar. De ahí la importancia de lo simbólico a nivel pueblo. De ahí la urgencia, claro está, de saber con qué técnica logramos ahora la totalidad del pensar (…) Es el recobrar el miedo del cual deberíamos curarnos como sectores medios[1].
Somos el producto de una concepción del hombre y de su cultura basada en el enciclopedismo. Hubo un momento en donde se pensó que el hombre podría abarcar la realidad exterior por medio de páginas y libros para satisfacer el “extraordinario deseo de saberlo todo”[2]. Es el conocimiento general sobre algún saber en particular o una pluralidad de doctrinas que sirve al hombre útil y etiquetado para ubicarlo en la realidad y para tomar posesión y acción ante los hechos de la vida. El cuestionamiento surge en Kusch cuando se pregunta si realmente eso implica todo el saber o si hay algo que esa razón instrumental se está salteando.
Y la respuesta se halla en la vida cotidiana. En el caos de las sensaciones, sentimientos, angustias y verdades reveladas o encubiertas que nos interpelan todos los días, y que para ello no hay explicación.
Volviendo al tema del miedo, para Kusch, como seres occidentales que somos, tenemos el conocimiento de la piel para afuera, y eso nos permite asegurarnos de lo exterior que nos acosa, aunque esto paradójico porque ¿qué sucede de la piel para adentro?
Y ahí “tenemos miedo de mostrar la verdad”[3]. Porque implica abandonar la búsqueda de fundamentos y porqués a la existencia, dejando surgir una conciencia que nos dice que somos muy poco, y que nuestra verdadera condición es de “estar no más” conjugándonos en un mundo donde los dioses sirven de aliento ante esa miseria que nos constituye el puro miedo. Y de que “no sabemos nada de nosotros mismos”[4].
Ese es el miedo al estar en silencio y contemplando lo ab-original y exclusivamente americano. Ante esta cobardía nos queda creer en el suelo (símbolo del arraigo), aceptar una transformación cultural que implique incluir estas nuevas formas de pensar en la cultura y dejar de lado esa escisión que niega y oculta con una máscara la verdad de la América profunda.
Diferencias entre el “estar” americano y el “ser” europeo
Para abordar el tema del “ser” y del “estar” en Kusch, me resultó interesante la anécdota que tuvo con el abuelo indígena de la familia Halcón, relatada en el Capítulo II: “Conocimiento” de “El pensamiento Indígena y popular en América”.
El abuelo se encontraba sentado mirando hacia lo lejos, y ante cada pregunta que los visitantes le hacían, de vez en cuando sonreía, demostrando buena voluntad. Al contar que su labor en la estancia ya no le daba tantas papas como solía ocurrir antes, se le aconsejó que comprara una bomba hidráulica. Lo interesante aquí es la actitud que tomó el anciano ante tal iniciativa: se quedó en silencio, sin responder, y siguió contemplando la puna.
Las dos disposiciones que se encuentran en este pequeño relato son la del “estar” y la del “ser”.
El ser europeo, no puede entender la forma de actuar del aborigen, tratándolo de ignorante: ¿qué hay de fondo? Una interpretación del mundo como realidad exterior, de la cual hay que tomar conocimiento para luego pasar ese saber a ciencia y así, por medio de la acción, transformar la realidad; la solución a los problemas se halla de la piel hacia fuera, poblado de ob-jetos puestos delante. En eso consiste el ser alguien proveniente de Europa, y de la moral burguesa de los siglos XVI y XVII en la ciudad, que dio lugar al desarrollo industrial y técnico que llega a nuestros días.
En cambio, hay otra disposición que parte de cierto despojo[5] y se enraíza originariamente en un nivel inferior al ser: es lo que llama Kusch, el “estar-no-más”, que “implica falta de esencias (…) y hace caer al sujeto, transitoria pero efectivamente, al nivel de la circunstancia”[6]. El mundo que se crea es sin definiciones, temible y desgarrador, aceptándose el caos primordial sin negar sus oposiciones.
Contrariamente, el mundo para el occidental se realiza en base al quehacer, movilizando ese “mero estar” que se refleja en el trabajo cotidiano para alcanzar comodidades, en la búsqueda de fundamentos a la existencia a través del “tener”, y satisfaciendo así la visión y la inseguridad interior por medio de los objetos.
El “estar” muestra al hombre como poca cosa frente a la naturaleza; sólo le queda el habitar aquí y ahora, sin nada para apropiarse y con ese asombro ante los hechos. Para Kusch entender esta forma de ver original es asomarse a una auténtica visión del hombre.
La estancia se refiere entonces a una experiencia originadora de lo esencial y, por consiguiente también, a una experiencia para ser (…) Y desde ahí se gesta la verdad, con lo peor desde el punto de vista del modelo, pero tratando de dar en lo esencial toda su autenticidad.[7]
2.1. El “estar” y el “ser” en términos de hedor y pulcritud
Así como Sarmiento describe lo americano en términos de civilización-barbarie, podríamos decir que Kusch encuentra también, a modo sarmientino, una dicotomía a partir de la forma de estar de los habitantes de los pueblos y de los de la ciudad.
Mientras recorre las calles de algún pueblito del altiplano, los adjetivos que sirven para describir el ambiente son: maloliente, andrajoso, sucio, hediento, incómodo, molesto. Y compara aquella sensación por provenir de la ciudad, ya que al no estar acostumbrado, lo primero que causa es rechazo y necesidad de afirmarse en la pulcritud que tanto caracteriza al medio urbano, que propicia a su vez cierta seguridad y comodidad, evitando todo contacto con su opuesto.
¿Y qué es el hedor? Es esa inseguridad que molesta al que va caminando, de no saber si viene una tormenta imprevista, ese paisaje desolador imposible de abarcar con la mirada, es el cansancio físico al recorrer las calles en subida, es la gente mendiga que vive en la indigencia, es el silencio del indio al querer uno descolocar con preguntas ansiosas. Todo eso, descrito por Kusch, lo siente la persona que vive con ese afán de pulcritud y seguridad propia del ciudadano. Y que en el fondo, ante ese mundo exterior de caos y hedor, siente angustia e imposibilidad de explicación.
Pero claro, esa angustia o miedo siempre estuvo y va a estar, ya que el hedor es lo que constituye la América de abajo, de la masa, del pueblo, y que el mito del orden, progreso y pulcritud vino a tapar con la técnica, enarbolando la bandera del orden.
Es el miedo a la ira de dios desatada como pestilencia y desorden (…) por eso nos sentimos pequeños y, en cierto modo mezquinos pese a nuestras grandes ciudades. Es como si nos sorprendieran jugando al hombre civilizado, cuando en verdad estamos inmersos en todo el hedor que no es el hombre y que se llama piedra, enfermedad, torrente, trueno[8]
Esto es lo que divide a América en dos grupos: por un lado, el de los estratos profundos y su ira a flor de piel, y por otro, el de la América del progreso, de Sarmiento, Alberdi y San Martín, la europeizada y occidentalizada: “Uno está comprometido con el hedor y lleva encima el miedo al exterminio, y el otro (…) es triunfante y pulcro”[9].
Pero Kusch, a diferencia de Sarmiento, no propone como solución desechar una y luchar para que se consiga otra. Sarmiento, recordemos que siendo él un hombre ilustrado, de la mano de la educación y de la inmigración europea, quería desterrar el mito del caudillo y del gaucho[10] e implementar el ideal europeo de progreso, técnica para construir un nuevo país al modelo norteamericano o francés: “Sarmiento (…) suprime la problemática de la estancia para imponer una esencialidad impropia”[11]
Este pensamiento dialéctico de superación y de evolución no se encuentra en nuestro autor. Más bien, ante el tema de la oposición, como puede ser hedor y pulcritud, plantea una forma de pensarla a partir de que “la vida es un equilibrio entre orden y caos; entre lo que es y lo que no es, porque no se puede impedir que el opuesto no exista”[12]
Hay un orden que se establece pero no niega ni se impone ante el caos, sino que surge a partir del equilibrio con éste; para que de ellos dos se obtenga el fruto. Es una conciliación que permite la fagocitación del estar hacia el ser.
“Ese proceso que hace que, no obstante los ideales de Sarmiento y Alberdi de hacer un país anglosajón, les sale a estos un país criollo que evoluciona hacia lo pardo (…) Lo prueba precisamente ese afán histérico de querer imponer el orden puro a costa del caos por parte de nuestras minorías.[13]
El hedor en América implica un llamado al ser humano a involucrarse con su interioridad, a esa verdad existencial y primaria que el indio la posee a flor de piel, el mestizo la encubre y el blanco la niega en pos de la máquina y la técnica. Es rozar el abismo para que surja la posibilidad de hacerse la pregunta por el fundamento, como diría Heidegger, de por qué somos algo y no más bien nada. Es el asumir de la negación, de que “las cosas llevan un no colgado al cuello”[14] y que existir es aceptar esa negación y rechazar la afirmación como una salida a la adecuación del ser con la realidad. Someterse a eso es apropiarse de la verdad tal cual es, sin racionalizaciones ni represiones, y ello implica una vida de sacrificio y de búsqueda interior.
Lo humano en América a modo de juego
Se puede pensar otra forma de encarar el problema de lo humano en América, que no encaja con el modelo de Occidente: partiendo de que la cultura consiste en el simple juego de encontrar el fundamento en lo pre-dado del estar; es la compensación de una finitud e implica fundar una habitualidad a modo de domicilio desde un mundo simbólico.
Lo cultural no es más el reposo del libro sobre la mesa, sino que surge de la pregunta por el fundamento y de la desgarrante coincidencia entre lo que trasciende y su finitud marcando su diferencia en el diálogo. Es el juego de la instalación que hace a la sacralidad del estar domicilado.
Para Kusch habría dos Américas: la seria, con la economía del mercado que todo lo cosifica, guiándose por afirmaciones e instituciones, con la seriedad propia de la ciencia del “Esto es tal cosa” y, por otro, la América que ríe insegura, la del estar-siendo como juego y la que acepta que puede ser o no ser, o ser nada.
Una nada que cuestiona al hombre fabricado para la ansiedad y la eficiencia:
Nos llevan a insistir en la positividad del esto es (…) es la mezquindad del colonizado que quiere ganar por pulgadas su ubicación en el juego de los otros, pero es incapaz de asumir por impotencia el propio juego[15]
Y que propone una moralidad que no es la de occidente, abocada a los utensilios y objetos. Es la moralidad implícita en el estar-siendo, con una conciencia profunda de la real finitud “¿Será entonces que tenemos en nuestras manos aún la eficiencia del juego existencial, y la posibilidad de una autenticidad consistente en (…) asumir todo el estar siendo?[16].
La verdad de nuestra situación como humanos no está en el juego mismo, sino que “asiste desde detrás del símbolo para dar la autenticidad al juego”[17]. Y en eso consiste nuestra misión como americanos: ganar la inseguridad existenciaria para poder fundar la plenitud de lo humano, a modo indeterminado.
Lo simbólico como constitutivo en medio de las oposiciones
El pensamiento popular, que se encuentra en la base de América, se constituye a partir de la indeterminación de lo simbólico, que sirve como nexo con lo abismoso y con el absoluto, lo “otro” donde se esconde el fundamento. Hace al sentido de la existencia y es el asidero al cual el pueblo se aferra.
El símbolo puede ser considerado como algo. Pero este algo no se encuadra en la objetividad requerida por la ciencia. El algo del símbolo trasciende al de la ciencia. Este último está delimitado, concreto, y tiende a ser objeto. El símbolo en cambio sólo en apariencia puede ser un objeto, porque en el fondo se disuelve en la indeterminación. Por eso dice mucho mas de lo que muestra.[18]
El símbolo permite el encuentro con lo afectivo y emocional, es el puente meta-racional que lleva a otro tipo de lógica que no es la del discurso sino que, a modo global, permite pensar una lógica de la negación, cuya proposición no dice ni la verdad ni la falsedad, y se formula diferenciándose de un pensar que, encerrándose en los conceptos, excluye lo trascendente y lo sagrado.
La eficiencia consiste en garantizar esa sacralidad que se manifiesta en el quehacer ritual para hacer sentir al hombre instalado, domiciliado y equilibrado ante la presión de lo absoluto en el mundo. Y este pensamiento al ser auténtico, permite un “círculo dialéctico entre ser y estar”[19] y un nuevo comienzo, que implica un nuevo punto de partida desde el regreso a la conciencia natural[20].
Conclusión
Después de haber leído la obra de Kusch, quedan resonando los ecos de una América que no nos han enseñado en las escuelas, ni se escucha en los medios de comunicación ni en los discursos de los que están al poder.
Se nos presenta en una realidad que la vivimos a flor de piel cuando salimos a la calle y vemos: cartoneros, piqueteros, chicos pidiendo monedas, villas miseria en crecimiento, inmigrantes de las fronteras, pero que desde una conciencia juzgadora nos invoca a condenarla, y en casos extremos, a compararla con las naciones del primer mundo.
Hay una distancia entre las dos América: la que aquí nos importa y de la cual hablamos, es la que se halla en el substrato profundo y que se manifiesta en lo popular y en los mitos. Es la que permite sentir nuestro país como un hogar existencial y como una patria donde se da el ser nacional y su coherencia.
Es la que le hace frente a un pensamiento totalizador que suprime diferencias y pretende creer, en pos de la civilización, en una superestructura idéntica para todos los sujetos que conviven en las culturas: como diría Kusch, es la América que lucha en contra de la borradura de lo humano y del sujeto dador de sentido y símbolos.
Si queremos fundar un nuevo pensar, debe ser siguiendo lo que nos dejó nuestro autor, desde un sujeto que contrarreste los impulsos individualistas del yo moderno; en tiempos de post-modernidad, superar el ego cartesiano y reflejarlo en un nosotros no metafísico ni abstracto, sino arraigado en sus orígenes, situado en la tierra y manteniendo sus raíces. Es dar un paso atrás, volver al fundamento ab-original que, como la semilla que crece y está para el fruto, germina sin determinismos y se compromete en el mundo a partir del estar-no-más.
Es un llamado a ser capaces de apropiarnos de los gestos culturales, y que ello se exprese en nuevas instituciones que garanticen el ser americano a partir de un acierto fundante, que mire al pueblo como fuente y riqueza del núcleo existencial.
Es encontrar esas sombras que subyacen y que nos fundan con una disposición que no objetiva ni cosifica, sino que se ubica entre opuestos, mediándolos a través del símbolo, y que se da en el silencio del lenguaje.
Este punto de partida no nos posibilita buscar un suelo sólido para engañarnos con una supuesta seguridad del mundo; más bien nos hace abrir los ojos para entender que estamos en la tierra, a partir de la inseguridad y del caos primordial de la naturaleza, a modo heideggeriano, en una cuaternidad donde los mortales nos espejamos con los divinos, en la tierra, bajo un cielo cuyo mediador puede ser el filósofo, el poeta, o aquel que utilice los símbolos como puentes de ese zwischen (entre) que desgarra y se exterioriza en miedo.
Pero sí nos trae la posibilidad y nos abre al encuentro de un pensar que acepta las diferencias, las conserva y las integra desde la de-constitución del sujeto, que ya no se defiende armando estructuras, sino que juega y ríe a partir de la dialéctica del estar-siendo.
Y nos da confianza por un lado, para dejar de lado esa conciencia que juzga, reprime y oculta con máscaras a la hora de mostrarse al exterior, y por el otro, para habitar aceptando los márgenes.
Bibliografía
KUSCH, Rodolfo, Geocultura del Hombre Americano (1976), en Obras Completas, Tomo 3, Rosario, Fundación Ross, 2000
———————–, El Pensamiento Indígena y Popular en América , en Obras Completas, Tomo 2, Rosario, Fundación Ross, 2000
———————-, América Profunda Buenos Aires, Biblos, 1999
———————–, Esbozo de una antropología filosófica americana, Buenos Aires, Castañeda, 1978
———————-, El hombre argentino y americano. Lo americano y lo argentino desde el ángulo simbólico y religioso en “Kusch y el pensar desde América”, Eduardo Azcuy comp., Buenos Aires, Fernando García Cambeiro, 1989
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